¿Qué sentimos al ver esta imagen?
Seguramente ganas de galopar junto a ellos, de convertirnos en caballos y dejarnos llevar por su libertad, de olvidarnos de nuestro quehaceres, nuestras obligaciones y disfrutar del momento.

Sin embargo, nuestras creencias limitantes nos dicen que no podemos, obligando a los caballos a vivir nuestra “condenada” vida: los encerramos en cajas, los mal alimentamos, les colocamos hierros en sus bocas y en sus cascos; les privamos de su libertad y de ser caballos.

Los condenamos a vivir una vida alejada de lo que nosotros admiramos de ellos. En definitiva, dejamos de quererlos, porque alguien que quiere a su amigo no le coarta su libertad, no le impone que haga o deshaga a su antojo para la diversión y el disfrute de uno; un amigo te deja elegir, respeta tus opiniones y te da la libertad para que crezcas y seas tu mismo.
Más de uno me dijo alguna vez que no podemos demostrarles que los queremos, porque eso nos haría frágiles ante ellos y podrían sacar provecho de ésto intentando manipularnos para “desobedecer”: creo que el caballo no entiende de obediencia; sí de compañerismo, buscando constantemente su seguridad.
En una manada no entra el concepto de mejores o peores, ninguno de los caballos se cree mejor o peor que otro: todos en conjunto son necesarios para la supervivencia de los integrantes. Si dejáramos a un lado nuestras creencias, si nos olvidáramos por un momento de todos nuestros juicios y solo fuéramos capaces de observar desde la mirada más humilde y objetiva posible, veríamos que ellos trabajan como un gran equipo, donde lo que reina es la calma y la compañía.
¿Qué ocurriría si por un día dejáramos a nuestro caballo ser él mismo? ¿Qué nos enseñaría?
Daniela Cerquetti